Los efectos en el consumo que se darían tras un cambio de rumbo ya justificarían por sí solos pensar muy seriamente y sin prejuicios en un proceso de legalización y control estatal, con o sin impuesto especialmente fuerte a la producción, acaso medicalizando algunas sustancias, pero no todas (deberían ser de venta libre a adultos las drogas recreacionales), con mayor inversión en las políticas de reducción de la demanda (educación, prevención y rehabilitación) y con un ahorro espectacular en los enormes esfuerzos económicos que hoy se lleva la represión a cambio de unos resultados decepcionantes.