Pipas para aplacar el daño del bazuco

Ante el vacío de propuestas para reducir el deterioro de los adictos de la ciudad, una ONG plantea fabricar pipas que hagan el consumo más digno. ¿Cuáles serían los riesgos y beneficios?

William Martínez
16 de agosto de 2016 - 02:00 a. m.
Algunos consumidores preparan el bazuco con papel aluminio y ceniza. Esta combinación mata neuronas.  / Vice - Andy VC
Algunos consumidores preparan el bazuco con papel aluminio y ceniza. Esta combinación mata neuronas. / Vice - Andy VC

El bazuco puede tragarse una vida en menos de dos años. Mientras eso sucede, los adictos sienten mordeduras en los nervios, delirio de persecución, convulsionan. Compuesto de cocaína, ladrillo molido e incluso detergente, rasga la piel, destruye los tejidos cerebrales, tumba los dientes. Es lo que produce la sustancia por sí sola, pero el daño crece si es esnifado con pipas de plástico y aluminio, los materiales que utilizan sus mayores consumidores: los habitantes de calle. El primero afecta los pulmones y, cuando se derrite por el fuego, quema los labios. El segundo mata neuronas.

El mercado de estas pipas es tan popular que, en el desalojado Bronx, más de 50 personas las fabricaban. Hacer cada una costaba $120 y luego la vendían en $500, cuenta un distribuidor. Con las ganancias, agrega, pagaba el vicio (entre $1.000 y $2.000 cuesta una bicha), una habitación y el rato con las mujeres que llegaban al sector.

Ante este panorama, Parces ONG, con el apoyo de Open Society Foundation, de Estados Unidos, creó un proyecto para reducir el daño de los adictos al bazuco, llamado “Reclamando el derecho a la ciudad: combatiendo la violencia policial y médica contra la población de calle”. En él, 40 habitantes de calle que transitan por el centro de Bogotá cuentan en entrevistas sus prácticas como consumidores, qué sustancias usan, cómo aplacan la ansiedad.

La idea es que, a partir del diagnóstico, se publiquen en noviembre unas cartillas que les permitan a las entidades de salud y a los habitantes de calle conocer los perjuicios de la sustancia y de la pipa tradicional. También incluirá un abecé para construir una pipa más saludable. Por ahora, el proyecto está en una fase exploratoria: evalúan, junto con ingenieros químicos y laboratorios, si materiales como el vidrio o el caucho pueden funcionar. La organización neoyorquina Vocal, experta en crear kits de cuidado para consumidores de heroína, asesora el proceso.

Alejandro Lanz, director de Parces, se apoya en experiencias extranjeras de reducción del daño, como las inyecciones de adrenalina que salvan la vida de los consumidores de heroína en Estados Unidos y las jeringas que les ofrecen en Holanda para evitar el riesgo de contagio de sida. Para él, informar sobre los componentes de la sustancia y sus formas de uso hace responsable el consumo. “Cualquier producto que usted compra tiene una etiqueta con contraindicaciones. Esto no existe con las drogas porque el adicto ha sido criminalizado históricamente”, considera Lanz.

Según el Distrito, buena parte de los 25.000 consumidores de bazuco que hay en Bogotá provienen de los estratos 1 y 2, mientras que unas 3.000 personas (15 %) son de estrato 3. Según la Ley 1566 de 2012, la adicción es un problema crónico que debe ser atendido por el sistema de salud. Sin embargo, sólo uno de los 22 hospitales públicos que hay en la ciudad cuenta con servicio de toxicología en su sala de urgencias: el Santa Clara (carrera 14 con calle 1ª).

“Para un consumidor, lo ideal es que lo atienda un toxicólogo, porque la adicción es un problema de abuso, pero como son contados estos médicos, resuelven enviarlos a la unidad de salud mental. Allá les dan sedantes para calmar la angustia, pero no reciben tratamiento”, explica Diana Pava, médica de la Policía experta en abuso de drogas. En este sentido, los adictos que transitan por sectores como San Cristóbal, San Bernardo y Santa Fe, donde se concentra la mayoría de consumidores, no tienen a la mano un lugar en el que los atiendan como se debe. Y tampoco tienen documentos para que los reciban.

La propuesta de las pipas menos nocivas polariza. Para la médica de la Policía, consumir de esa manera disminuye el riesgo de infecciones pulmonares y el deterioro cardiaco, lo que produciría menos ingresos a urgencias. Yahira Guzmán, jefa del área de salud mental en la Universidad de la Sabana, opina, en cambio, que la iniciativa trae consigo un doble mensaje: informar para que el adicto se cuide, por un lado, y facilitar, por el otro, el consumo de una droga que, independientemente de cómo se fume, provoca daños mentales irreparables.

Para ella, la mejor vía para reducir el daño de drogas es intervenir la salud mental de los consumidores. “El lío está en que, cuando el paciente recae, el médico y la familia lo recriminan y lo dejan solo. Si hay resistencia y le hacen ver lo que está perdiendo por el consumo, en cualquier momento pedirá que le abran la puerta”, advierte Guzmán.

Y hace una pregunta: ¿en realidad las pipas de vidrio o de caucho reducen el daño o es simplemente una verdad a vuelo de pájaro? Lanz responde que hacen falta indicadores de impacto porque no hay suficientes estudios sobre el tema, y los que existen se enfocan en rehabilitación y política criminal. Para él, esa falencia justifica el proyecto.

A pesar de que en los siete centros de acogida que tiene el Distrito intentan mitigar los malestares de la vida en calle, con un techo, alimentación e incluso tratamiento a enfermedades como tuberculosis, no asumen la reducción del daño en los consumidores de droga. A estas personas les ofrecen un servicio de desintoxicación que consiste en dar dulce para paliar la ansiedad y terapias psicológicas. La Secretaría de Salud, entretanto, le dijo a este diario que no cuenta con programas de este tipo. Tampoco con información consolidada sobre el tema.

Por William Martínez

 

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