La desconfianza frente a la sustitución de cultivos ilícitos

En la zona rural de Briceño (Antioquia), donde se inició el plan piloto de sustitución voluntaria de cultivos ilícitos entre el Gobierno y las Farc, hay escepticismo, desinformación e incertidumbre por lo que pueda pasar.

Mary Luz Avendaño
18 de julio de 2016 - 02:00 a. m.
Hernando Moreno cree que, si bien la coca se tiene que acabar, la gente necesita tener otras opciones de vida y de desarrollo.  / Luis Benavides
Hernando Moreno cree que, si bien la coca se tiene que acabar, la gente necesita tener otras opciones de vida y de desarrollo. / Luis Benavides
Foto: Luis Benavides

Las veredas de Briceño (Antioquia) escogidas para el proyecto piloto de sustitución tienen algo en común, aparte de los cultivos ilícitos: el abandono y la pobreza. Llegar hasta el corregimiento de Pueblo Nuevo es una odisea. La carretera es una verdadera trocha y no hay puente sobre el río, por lo que los pocos carros que la transitan deben cruzarlo a riesgo de que, si crece, se quedan atrapados en el lugar por varios días hasta que baje el caudal. “Esta carretera es infrahumana. Uno se mete por ahí es a arriesgar la vida”, asegura Ignacio Jaramillo, presidente de Asocomunal.

Después de recorrer tres horas por la estrecha y pésima carretera hacia Pueblo Nuevo y El Orejón, en límites con Ituango, comienzan a observarse los primeros sembrados de coca, que comparten espacio con el café, el plátano y el choclo. Todos tienen que ver con ella; la economía de la zona está “cocalizada”. “Aquí, si uno tiene un pedacito de tierra la siembra, sino busca para alquilar y poder sembrar. El que no pueda se va a jornaliar sembrando, raspando o procesando. Todos tenemos que ver con ella porque es la que nos da la comida”, cuenta José*, un campesino que asegura que hace apenas cinco años se metió en este negocio. “¿Qué más íbamos a hacer? Dejarnos morir de hambre ni modo. Nosotros éramos barequeros en el río, pero por Hidroituango nos sacaron, y esto fue lo único que encontramos para hacer. Por aquí no hay más”, agrega.

Las 450 familias que viven en las 10 veredas elegidas para el plan piloto de sustitución piensan igual. Se calcula que hay cerca de 150 hectáreas sembradas de coca, según un censo preliminar de la ONU. “Para uno jornaliar le pagan $40.000 el día. Cuando estamos raspando es a $7.000 la arroba, y uno se coge entre ocho o diez en un día. La libra de base de coca la pagan a $1’200.000. Es una platica fija cada dos meses, uno no se hace millonario, pero alcanza para comer y la ropa para la familia”, comenta don Raúl*.

Incertidumbre por la sustitución de cultivos

Desde que se comenzó a hablar de sustituir los cultivos nadie duerme tranquilo en la zona. Aseguran que hay poca información y realmente no saben qué propuestas tiene el Gobierno para ellos. “Hay que mirar lo que dicen, si nos van a comprar los cultivos que ya tenemos, porque eso no es arránquelos así no más. ¿De qué vamos a vivir mientras tanto? ¿Nos van a dar un subsidio?”, se pregunta Hernando Moreno, un campesino de 62 años, quien muestra su inconformidad y desconfianza frente a lo que se avecina. “Yo veo un panorama muy negro. Que se acabe la coca, pero que muestre el Estado qué hay para nosotros, porque plata hay, y por montones”, dice.

El alto consejero presidencial para el Posconflicto, Rafael Pardo, asegura que se tendrán dos meses para construir conjuntamente con la comunidad el proceso de sustitución: “El compromiso del campesinado es sustituir, tumbar la coca, comprometerse a no volver a sembrar y a no estar en actividades ilícitas, y el Gobierno se compromete con los programas que concierten en este proceso. Para estas 10 veredas tienen que ser muy específicos y tiene que haber un monitoreo para que no haya resiembra”.

Una de las propuestas que se manejan es la siembra de cacao, pues es un cultivo rentable, aunque más a largo plazo. Aunque la idea no les disgusta del todo a los campesinos, dicen que tiene inconvenientes para su implementación. “Para que sea rentable necesitamos más tierra para sembrar. En el pedacito que tengo coca no me da para el cacao, no sería rentable, y a eso súmele que apenas llenen la represa de Hidroituango el piso térmico cambia, baja la temperatura, y entonces ya no pega”, explica Óscar, campesino de la vereda Roblal.

Otra idea es el ganado. Edilson de Jesús Osorio tiene 40 años y vive en Palmichar con su esposa y dos hijos. Cuenta que siembra coca desde hace cuatro años y que ésta le deja $2’000.000 libres para sobrevivir, pero ahora que se habla de sustitución ve en la ganadería una opción. “Yo creo que un semiestablo es buena idea, con unas vacas de leche y otro ganado de levante. Con seis u ocho animales me sostendría. Por ahora estoy sembrando el pasto para cuando tenga las vacas”, señala.

Cambiarle el uso a la coca

Otra idea que ronda a los campesinos es cambiar el uso de la hoja de coca. “Esta es la hoja sagrada, es la que nos va a quitar el hambre”, asegura Angélica Mazo, quien, junto con su esposo, ha comenzado a sembrar la coca de manera orgánica. “La cultivamos así para sacarles provecho a sus beneficios. Calma la ansiedad, ayuda al estrés, al cansancio. Tiene mucho calcio, la pulverizan para darles a los ancianos y a los niños”, explica.

“Nosotros, sin ninguna clase de estudio, la pasamos como aromática, pero es ahí donde nos tenemos que sentar con las universidades, con personas que sepan de esto, porque hasta el momento sólo tenemos el conocimiento ancestral, nada más. La coca tiene muchos usos y beneficios: como abono orgánico o bebidas energizantes con mango, ya que tenemos mucho por aquí”, propone Fabio Muñoz.

El Gobierno no descarta esta idea. “Para eso se requieren sólo 1.000 hectáreas, no las 95.000 que hay en el país”, sugiere Rafael Pardo. Eso sí, los campesinos piden, además de los proyectos productivos, vías de acceso para poder comercializar sus productos. “Si no mejoran las vías será un fracaso total la sustitución de cultivos”, advierte el alcalde de Briceño, José Daniel Agudelo.

* Nombres cambiados.

Por Mary Luz Avendaño

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