EDITORIAL

Adecuar la legislación

Todos sabemos que fumar cannabis no es beneficioso para la salud; como tampoco lo es inhalar el humo del tabaco o el monóxido de carbono que expelen los escapes de los motores a explosión, o beber alcohol en dosis abusivas, o ingerir fritangas y grasas.

La marihuana es una sustancia psicoactiva, pero a diferencia del alcohol ­cuya ingesta puede tener efectos no deseados e imprevistos (puede estimular los comportamientos agresivos, por ejemplo)­, tiene efectos más bien sedantes e inocuos; tampoco genera adicción, como sí lo hacen el cigarrillo o el alcohol. Es, en definitiva, una droga «blanda» cuyo consumo no causa estropicios físicos ni psíquicos.

Por esta razón, es un profundo error meter la marihuana en la misma bolsa maldita junto a la cocaína, la heroína y la pasta base. Estas últimas drogas, que se inhalan o se inyectan, no solo generan una adicción fortísima que se vuelve dependencia, sino que, además, tienen efectos temibles en el comportamiento y causan daños muchas veces irreparables en el organismo, fundamentalmente en el cerebro. Entre otras razones, por las sustancias empleadas en el proceso de elaboración; la marihuana, en cambio, no contiene tóxicos agregados.

Con buen criterio, nuestra legislación prohíbe la producción y comercialización de las drogas duras. Y lo paradojal es que mientras se combate el tráfico de estupefacientes, la Ley uruguaya no penaliza el consumo: cualquiera puede inhalar o inyectarse lo que sea sin ser molestado por la Policía ni indagado por un magistrado. Pero eso sí: que cada consumidor o drogadicto se las ingenie para obtener la sustancia a través del mercado ilícito, el único al que puede recurrir, y que le brinda productos de pésima calidad.

Volviendo al cannabis, digamos que si bien su consumo es legal, está prohibido producir cigarrillos o porros y comercializarlos. Esta última prohibición no tiene justificación alguna ya que la marihuana está muy lejos de ser tan nociva como la cocaína. Pero a raíz de esa visión oficial, el cannabis ha sufrido una estigmatización a los ojos del ciudadano medio, quien en su ignorancia y como consecuencia del bombardeo incesante de que es objeto por parte de los medios de comunicación, cree que el adolescente que se fuma un porro es un peligro para la sociedad. Para él, cocaína, pasta base y marihuana tienen los mismos efectos. Sin embargo, ninguno de los delincuentes juveniles que asolan almacenes de barrio y asaltan viejitas que acaban de cobrar su jubilación lo hace bajo los efectos de un porro. Tampoco hay registros de que un joven fumador de marihuana haya vendido los muebles de su casa para comprarse un porro, como suele ocurrir con los desdichados adictos a la pasta base.

Para que se comprenda el absurdo de la prohibición de cultivar cannabis, baste recordar un hecho reciente: el procesamiento ¡con prisión! de dos personas, un artesano sin antecedentes y con una vida ordenada, y una escritora argentina de 70 años, porque en su jardín tenía plantas de cannabis.

Están a estudio del Parlamento algunas plausibles iniciativas para terminar con este sinsentido y permitir que el consumidor de cigarrillos de marihuana tenga acceso a la sustancia sin necesidad de depender de proveedores mafiosos. Hacemos votos por un acuerdo interpartidario que habilite la pronta sanción de una ley en ese sentido.

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