Eso sucede con el silencio literario del poeta mexicano Javier Sicilia, quien anunció en abril de este año que dejaba de escribir poesía, después del brutal asesinato de su hijo de 24 años. Los sicarios del narcotráfico que lo asfixiaron, nos ahogaron también la palabra, reconoció el escritor.
Pero Sicilia no sólo silenció su poesía, sino que llama a un silencio reflexivo y de protesta. Pude oír ese silencio conmovedor al que invita el poeta mexicano el pasado jueves en un concierto que se hizo en el parque MacArthur de Los Ángeles para oponerse a la guerra a las drogas.
La reunión fue convocada por la Drug Policy Alliance, que agrupa organizaciones de distintas partes del mundo que buscan políticas más democráticas y racionales frente a las drogas.
Antes de que participara Sicilia, varios discursos previos habían señalado los terribles efectos de la guerra a las drogas en los propios EE.UU. “Esta guerra no es contra las drogas sino contra nosotros”, dijo una líder afro que recordó cómo la represión asociada a la prohibición afecta sobre todo a negros y latinos. Pero a pesar de esos discursos críticos y duros, el ambiente era bastante festivo, pues era una protesta con concierto, con raperos incluidos.
Sicilia fue entonces llevado al escenario y la atmósfera cambió. El poeta, ayudado por una impecable traductora mexicana, invitó a todo el público a un minuto de silencio por los muertos de la guerra a las drogas. Explicó que en México ya eran unos 50.000 asesinados, más que todos los estadounidenses muertos en Vietnam. Y esas víctimas, agregó Sicilia, son en parte responsabilidad del gobierno mexicano, pero también son culpa del gobierno de EE.UU., que mantiene esa guerra estúpida que tanto sufrimiento ocasiona.
El silencio al que convoca Sicilia no es entonces sólo para honrar y recordar a todos estos muertos, sino para reflexionar sobre esta guerra a las drogas, que produce un enorme dolor inútil. No es pues un silencio de luto, sino de protesta, a fin de lograr un cambio en esa política prohibicionista, que es radicalmente equivocada, pues no reduce la oferta ni el abuso de las drogas declaradas ilícitas pero en cambio, por el dinámico mercado ilegal que crea, genera las violencias que nos están matando.
Este silencio combativo, digno e indignado, de Javier Sicilia es significativo no sólo por su calidad de poeta y su dolor como padre, sino también por otra razón, distinta: Sicilia no es un intelectual radical. Es más, algunos lo han criticado por liderar esta lucha a pesar de tener posiciones conservadoras, muy cercanas a la iglesia católica. Por el contrario, yo creo que eso hace que la protesta de Sicilia sea aún más importante, pues muestra que la crítica y la oposición a la guerra a las drogas no es sólo la expresión de grupos radicales o de intelectuales aislados —como pudo serlo en el pasado— sino que ahora incluye a sectores muy amplios de la población, que han comprendido la irracionalidad e inmoralidad de esta política. Por ejemplo, hace dos semanas, una encuesta de Gallup concluyó que, por primera vez en la historia, la mayoría de los estadounidenses aprueba la legalización de la marihuana.
Pero mientras todo eso ocurre en México y EE.UU., el gobierno Santos, por medio de su ministro del Interior, ha planteado un nuevo estatuto que se mantiene en el más clásico esquema de la guerra a las drogas. El silencio del poeta Sicilia no se escucha en Colombia, o al menos no lo escucha el Gobierno. Pero tenemos que esforzarnos por oírlo, pues Colombia ha sufrido tanto o más que México las terribles consecuencias de esta guerra.
* Director del Centro de Estudio DeJuSticia (www.dejusticia.org) y profesor de la Universidad Nacional. Este opinión fue publicado originalmente en El Espectador.